jueves, 21 de febrero de 2013

Le Vol du Cœur


Anidaron dos tórtolas en mi corazón.
Anidó una tórtola parda el lado izquierdo
el lado derecho una tórtola blanca.
Pero las tórtolas no entienden de muros,
no entienden de septos, y anudando sus alas
en un abrazo le dieron cobijo.

Batiendo sus alas llegaron de un cielo
que no recuerdo,
y fueron a posarse sus patas
en mi malherido pecho.
Como niños en la playa
escarbando con sus manos

y preguntándose si había un final
hallaron la respuesta las yemas
de sus dedos en el mar. Esa fue la fuente
en la que calmaban su sed en las tardes
soleadas que calientan los columpios
de cuerda y de madera, de vena cava y de aorta.

A veces hambrientas ellas
picoteaban mis aurículas
y aun dejándolas siempre
insatisfechas no migraron
lejos de este pobre refugio.
Blanca y parda, parda y blanca,tan ajenas,

casi antagonistas, polinizaron de acónitos
mi juventud y sus primaveras.Bajo un banco,
a la sombra de un sauce sus brotes irrumpieron
abriendo heridas en la reseca tierra.
Y allí sobre esa tierra estaba yo con mi piel desnuda
viendo cómo el otoño raptaría una primavera

que no retoñaría de nuevo. Verdes,
las hojas iban tornándose marrones en el aire,
los paseantes regresaban a sus hogares
bajo paraguas descoloridos de negros arcoiris
y solo ellas eran perennes en este caduco parque.
El ritmo descendió y un pálpito

quedo desencadenó el invierno. Vino a nosotros
como un alud, envejeciéndolo todo.
Fue un invierno largo y duro. Sentado
en el banco bajo el que brotaran acónitos
tiempo atrás esparcía ahora migas de pan
en los marcados surcos de mis manos

dando de comer a las tórtolas. Mas un día
mi pulso falló, cayeron las migas al suelo.
Mi corazón y aquel parque se infartaron,
desplomándome yo sobre el banco. Entonces,
el sauce  derramó una lágrima, su sacilina
cicatrizó las heridas, y en esa única lágrima,

en esa furtiva lágrima se cazó la imagen de
dos tórtolas que un día llegaron a mí
y que un día a otro país,con un pedazo de mí, migraron.


                                                                     Autor: Miguel Hernández Pindado